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El día de San Martín

Era 4 de enero.

Una familia se sentaba alrededor de la mesa para comer un plato de cocido. Atrás había quedado el mes de Noviembre con su afanosa tarea. Los mayores apenas recordaban como había llegado ese cerdo a su pota y los pequeños seguramente no lo descubrirían hasta muchos años después. El día que conozcan el misterio será porque se necesitan manos fuertes para ayudar en la tarea de la matanza o del curado. No muy lejos de allí un carromato, invisible para los vivos, avanzaba con paso vacilante. Dejaba a su paso murmullo de conversaciones que recogían, únicamente, los ruborosos de la orilla del camino.

 

   -¿Os habeis fijado?

 

   -¿A qué te refieres?

 

   -A que todos los coches que nos han estado a punto de arrollar en los dos últimos días eran modelos de alta gama

 

   -Manolo cada día haces comentarios más raros y si seguimos así nos volverás locos antes de llegar a San Andrés.

 

   -Sigo sin entender por qué vamos hacia allí, no tendremos suficiente con lo nuestro…

 

   -¿Otra vez? San Andrés de Teixido, vai de morto o que non vai de vivo.

 

   -Que sí Paco, que sí. Pero…

 

   -Menos rechistar. ¿Dónde se ha visto un cerdo tan rebelde?

 

   -Un cerdo muerto…

 

   -Pues no me extraña, si con ellos también se comportabas así…

 

Manolo fruncía el ceño cuando le obligaban a rememorar el día de San Martín. Recordaba como cuando eran jóvenes, antes de que su madre se fuera, ella siempre les decía: Teneis que portaros bien… a todo porco lle chega o San Martín. No lo entendía, ahora sí. Él había sido el más joven de sus hermanos de los cuales dos aún seguían allí esperando a su 11 de noviembre y el tercero se había ido poco después de nacer.

   -Manoliño… ¿Por qué tienes el rabo tan estirado? ¿Qué te pasa ahora?

 

   -Déjalo ya.

 

   -Tú no te metas ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Ni siquiera se por qué han metido a un pollo en nuestra carroza.

 

   -Cada vez se matan menos cerdos en las casas así que, como hay crisis, hay que utilizar todo el espacio. Además Manolo y yo hemos acabado en la misma olla. No hay tanta diferencia.

 

   -Ya, ya lo se. Pero cierra el pico. Esto es una conversación privada. A ver Manolo ¿En qué piensas?

 

   -No entiendo por qué. Ellos siempre me habían tratado bien. Yo no hice nada.

 

   -Veamos… Desde hace mucho tiempo en las casas de esta zona, Galicia, se crían cerdos. Es una tradición. Pero los humanos quieren criarnos para comernos. Es el ciclo vital Manolo. Antiguamente éramos indispensables en sus casa.

 

   -Indispensables.

 

   -Así es. Cuando un cerdo enfermaba era una tragedia para toda la familia.

 

   -¿Por qué?

 

   -Pues porque los dueños se pasaban el año invirtiendo su tiempo y sus ahorros o sus cosechas en alimentarnos. Así tenían asegurada la carne al llegar el invierno. Los humanos necesitan platos calientes en los meses fríos y muchas calorías y proteínas para aguantar fuertes durante esa época tan dura. Nosotros significábamos la seguridad para la familia.

 

   -Pero para eso tienen que matarnos.

 

   -Exactamente. Pero tú cuando tus dueños te echaban comida no pensabas de dónde venía ¿Verdad? Hay piensos que se hacen con carne de caballo, por ejemplo. Para ellos es un ritual.

 

   -¿Un ritual?

 

   -A este cerdo hay que explicárselo todo…

 

   -Tú deja de cacarear… Sí, Manolo, un ritual. Se juntaban varias familias del pueblo. Porque como imaginaras no es fácil matar a un cerdo. Y después se agasajaba a los colaboradores con las carnes que había que comer en el momento. El solomillo, por ejemplo. Después hay partes que se conservan en sal y son las que se aprovechan el resto del invierno. El lacón o el jamón. Pero, la verdad, aprovechan todo de nosotros.

 

   -No se como puedes reírte.

 

   -Vosotros los jóvenes aún tenis suerte.

 

   -¿Cómo que suerte?

 

   -Sí. Antiguamente, los viejos como yo los recordamos, los humanos eran mucho más brutos. Nos mataban con cuchillo y no todos eran muy profesionales… Puedes imaginarte el resultado… A ti, jovenzuelo, te han disparado, no sufriste dolor y lo hizo un profesional.

 

La carroza se detuvo de un salto seco. Paco abrió la puerta y dejó salir a los pasajeros. Cerca de donde se había estacionado el transporte habia un carballo. Manolo se acercó a él y comenzó a comer las bellotas que había a su alrededor. Pronto se afanaba en masticar la corteza del árbol.

 

   -¿Acaso no lo ves? Ese árbol está vivo y tú no has dudado en mordisquearlo.

Es el ciclo, Manolo, el ciclo.

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